Hace poco salió un pastor por televisión protestando contra el “turismo rural”. Resulta que le había cerrado un gallinero porque los huéspedes de un hotel rural cercano protestaban por el canto de los animales. Toda una ironía, sin duda: cientos de viajeros que van al campo para “reencontrarse” con la naturaleza… pero sin el canto del gallo, que molesta para dormir.

Cuando lo vi por la tele me recordó a Pepe, mi buen Pepe, con el que coincidí algunos años en el colegio. Me crié en un pequeño pueblo en el que la gran mayoría de las familias vivían de dos actividades: la minería y la agricultura. Mi padre era minero por aquellos tiempos y el padre de Pepe se dedicaba al pastoreo de vacas.

Su hijo Pepe se sentía súper orgulloso de lo que hacía su papá: no era una época como ahora de reivindicación de los trabajos agrícolas, aunque sean de cara a la galería. Por aquel entonces lo que la mayoría deseaba era irse a la ciudad, alejarse del pueblo y de su cutrez. Pero Pepe era diferente, él de “mayor” quería ser pastor como su padre y punto.

Cuando mi familia dejó el pueblo para irse a la ciudad tras el cambio de trabajo de mi padre, mi contacto con mis amigos del pueblo se fue difuminando hasta desaparecer del todo. Solo fue años más tarde cuando empecé a ir de discoteca cuando me encontré con algunos de ellos. Les preguntaba por Pepe y siempre me decían que de la noche no quería saber nada, que él se despertaba los domingos con el gallo para ayudar al padre: no había cambiado nada.

Un día decidí que tenía que reencontrarme con él. Su padre había fallecido y él y su hermano dirigían ahora la explotación ganadera. Pero Pepe no hablaba así de su profesión: seguía diciendo que se dedicaba al pastoreo de vacas. “Soy pastor y punto”. Así que cuando vi a ese otro pastor por la tele me entraron ganas de mandarle un whattsapp a mi amigo.. pero luego recordé: no tiene móvil.

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paco