Hace unos años escuché a mi hermano decir “no me gustan los niños… solo el mío” y rápidamente comprendí a lo que se refería. No me hacía falta tener un hijo para entender lo que puede sentir alguien que no es muy ‘niñero’ cuando le llega la paternidad. Conozco bastantes hombres, entre amigos y familiares, que no tienen muy claro eso de tener hijos, por la responsabilidad y exigencias que conlleva.
De repente, un buen día te encuentras con que tienes que organizar el cumpleaños de tu hijo y no sabes qué (narices) tienes qué hacer. Cuando yo era niño, al menos en mi entorno, lo de los cumpleaños era un asunto sin tanta importancia. Se solía celebrar en familia y poco más. Pero ahora es casi obligatorio hacer una mega ceremonia con todo lujo de actividades y cuántos más invitados, mejor.
Mi mujer y yo hicimos un sorteo para repartirnos el programa del cumpleaños. A mí me tocó, entre otras cosas, la decoración de la casa. Y así que me fui a una mercería para comprar todo lo necesario. Consulté con la chica de la tienda y me dio algunos consejos, pero no le hice mucho caso. Pensé que lo mejor era un tono armónico para la decoración y me gustó el dorado: compré cordones de oro, cintas doradas… hasta globos dorados. Fue un fracaso.
Cuando me presenté en casa con toda aquella parafernalia mi mujer dijo que si lo que organizábamos era un encuentro para la realeza británica. “¿Todo dorado? ¿Desde cuándo los niños prefieren una decoración ‘armónica’?” Yo le dije que la de la mercería me había liado, pero era mentira, claro.
Traté de arreglar el desaguisado y opté esta vez por una tienda online especializada en fiestas para niños. Al final, decoré la casa con los cordones de oro y con figuritas de papel y globos de colores: una mezcla un poco rara… que parece que gustó bastante.
Cuando la fiesta terminó y descansamos, mi mujer y yo nos sentamos en el sillón, nos miramos y dijimos a la vez: “el próximo año en el Burguer King”.