Cuando llegué a mi actual casa, una de las cosas que me gustó fue el mirador del salón. Es un cuarto y no tenemos edificios en frente así que tiene unas vistas muy bonitas de parte de la ciudad. Como a mí me gusta mucho la luz natural no quise poner cortinas en principio. Mi mujer puso el grito en el cielo: “¡pero nos va ver todo el mundo que pase por la calle!”. Pues qué nos vean, dije yo, no sé qué interés tiene lo que hagan unas personas en su casa. Pues lo tiene.

Una de las ventanas del salón (la del mirador) da a la calle y la otra al patio de la urbanización. Desde la calle nos ven más o menos bien, pero desde el patio todavía mejor. Y la gente sí parece estar interesada en la vida de sus vecinos así que no me ha quedado más opción que hacer caso a mi mujer que se ha ido volando a buscar cortina vertical para el salón.

Pero cuando eres un poco tiquismiquis como yo con las cosas de la casa, y aunque en un principio le di carta blanca a mi mujer para que comprara lo que quisiera, no he podido evitar meter mano. Y me ha servido para conocer un poco mejor el mundo las cortinas que desconocía completamente. Estaba obsesionado con que la cortina no tocara el suelo. Nunca soporté esos pesados cortinajes típicos de algunos hoteles que caen sobre el suelo y luego se pisan y se resbala… No, nada de eso, quería una cortina que encajara bien con las ventanas. 

Y entonces nos encontramos con el problema de las medidas. En las tiendas que miramos por internet, la mayoría de tiendas tenían medidas estándar que no garantizaban que iban quedar bien por la especial distribución de nuestro salón. Está claro que siempre se pueden cortar si son demasiado grandes, pero ni mi mujer ni yo somos maestros hilanderos, así que finalmente optamos por una cortina vertical a medida. Más caras pero con garantía. Y así, los vecinos pueden concentrarse en sus vidas y no en las nuestras.

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paco