Buscando las placas en Muros
La primera vez que pensé en las placas funerarias en Muros para mis abuelos en el cementerio, sentí una mezcla extraña de tristeza y una especie de propósito. No era una tarea que me entusiasmara, claro está, pero era algo que sentía que debía hacer, una forma más de honrar su memoria en la tierra que tanto amaron. Mis abuelos habían vivido toda su vida en este rincón de Galicia, con el murmullo del mar siempre presente y el aire salado llenando sus pulmones.
El primer paso fue, como siempre, el más difícil: empezar. Sabía que en Muros había varios sitios que se dedicaban a esto, pequeños talleres donde el arte de la cantería se transmitía de generación en generación. Empecé preguntando en el bar de la plaza, donde los vecinos siempre tienen una respuesta para todo. Un café con leche y un par de conversaciones después, ya tenía un par de nombres y direcciones en mi mente.
Recuerdo el día que fui al primer taller. Era un lugar modesto, con herramientas colgadas en las paredes y un olor característico a piedra y polvo. Un hombre mayor, con las manos curtidas por el trabajo, me atendió con una amabilidad que me hizo sentir cómodo al instante. Le expliqué lo que buscaba: algo sencillo, digno, que reflejara la esencia de mis abuelos. Me mostró diferentes tipos de granito, los grabados, los diseños. Me sorprendió la cantidad de opciones, la delicadeza con la que trataban cada detalle. No era solo un trabajo, era una labor casi artesanal, un respeto por la memoria de quienes ya no están.
Visité un par de talleres más ese día. En cada uno, la misma dedicación. Era como si cada uno de ellos entendiera la importancia de lo que estaba haciendo, el peso emocional de cada placa. Finalmente, me decidí por uno que me transmitió una paz especial. El artesano me escuchó pacientemente mientras le contaba pequeñas anécdotas de mis abuelos, sus nombres, las fechas que marcarían su existencia. Quería que la placa fuera más que un simple dato; quería que tuviera un pedazo de ellos.
Semanas después, volví para ver el resultado. La placa estaba allí, pulida y brillante, con las letras grabadas con una precisión que me conmovió. Ver sus nombres, juntos, en el frío mármol, fue un momento agridulce. Una punzada de nostalgia, sí, pero también una sensación de haber cerrado un círculo, de haberles dado un lugar tangible para descansar. Colocarla en el nicho fue el último paso, un adiós silencioso en la brisa de Muros. Ahora, cada vez que visito el cementerio, sé que no solo están sus recuerdos, sino también esa placa que con tanto cuidado busqué y elegí, un pequeño pedazo de mi amor por ellos, grabado en piedra para siempre.