Cada día, una aventura en el supermercado
Por más que vaya, nunca terminaré de acostumbrarme del todo a comprar en los supermercados. Me resulta una actividad un tanto aburrida, otras veces estresante y, siempre, poco estimulante. Sé que tengo que ir a comprar, lo necesito para poder comer, pero nunca lo disfruto. Bueno, realmente no sé si alguien puede disfrutar de algo así, aunque seguramente alguien habrá.
Lo primero que intento es evitar las muchedumbres. Con el tiempo he sabido detectar los momentos en los que más gente va a comprar, qué días de la semana y a qué horas hay mayor concentración, incluso dependiendo del barrio o del tipo de supermercado.
Ni que decir tiene que tengo más que controlado el súper más cercano a casa. Me muevo como un bailarín de claqué entre los diferentes pasillos, voy raudo y veloz de la carnicería a los yogures y de ahí a las cajas, pero si hay más gente de la cuenta mis pasos ya no son tan elegantes…
Trato de evitar, por encima de todo, los lunes: sin ninguna duda, el peor día de la semana para ir a comprar. El lunes es el horror, sobre todo en un barrio como el mío que está infestado de niños pequeños. Ese día, las familias deciden, supongo que por falta de previsión, que no queda nada en la nevera porque el día anterior fue fiesta o porque pasaron el finde en la casita de vacaciones, que hay que hacer la compra semanal (algunos hacen la compra anual todas las semanas).
Si uno se equivoca y va a comprar de lunes encontrará los pasillos saqueados, y será imposible comprar los yogures habituales porque justo la persona que pasaba antes por allí ha cargado en el carro 10 packs de 8 yogures, que los niños comen mucho…
Según mi análisis científico de costumbres de mi barrio, el mejor momento para ir a comprar y que no coincida con horario laboral es el jueves a última hora. En ocasiones he ido ese día y no había casi nadie. Las cajeras miraban unas para otras, los reponedores no tenían nada que reponer e incluso el pescadero no te cuenta la historia de su vida porque no tiene necesidad de hacer el paripé, porque no le escucha nadie más que tú. Una delicia.